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Entre senderos y barrancos

Todo el mundo dice que Anaga, esa pequeña península con forma de cabeza de reptil que sobresale al nordeste de Tenerife, es una isla dentro de otra isla. Llena de rutas muy bien señalizadas, un paseo por sus bosques de laurisilva te transportará al viejo mundo de los guanches.

Con difícil acceso hasta hace solo unas décadas, el parque rural de Anaga es una tierra de montes brumosos, playas salvajes, impresionantes barrancos y pequeños caseríos que han resistido con el paso de los años.


Ahora te animo a iniciar la ruta en familia.

Empezamos a caminar en la Cruz del Carmen, en pleno Monte de Las Mercedes, en el municipio de La Laguna, a donde se puede llegar fácilmente en coche o en la línea 275 de guagua (que es como llamamos los/as canarios/as al autobús). El comienzo es en una zona fresca y húmeda, así que conviene llevar un suéter y un chubasquero en la mochila.



Del lado derecho del restaurante que hay en la Cruz del Carmen sale un sendero bastante ancho por el que hay que seguir hasta encontrar la señal que indica el camino hacia Las Carboneras. Desde el principio del recorrido hasta Las Carboneras vamos a atravesar el bosque de laurisilva. El terreno puede estar resbaladizo, así que conviene llevar unas botas para caminar y uno de esos palos con los que se ayudan los/as senderistas.



La laurisilva es una reliquia de otra época, un resto de los bosques de la Era Terciaria que se extendían por el Mediterráneo hace cuatro millones de años y que desaparecieron por los sucesivos cambios climáticos. Resisten en algunos archipiélagos macaronésicos, como Madeira, Azores y Canarias, donde la afluencia de los frescos vientos alisios genera las condiciones ideales de temperatura y humedad para su supervivencia en algunas cumbres y barrancos, entre los 600 y los 1.500 metros sobre el nivel del mar.


Muchas veces ni siquiera es por la lluvia, sino simplemente gracias al mar de nubes que se forma cuando los alisios chocan contra las montañas y las pequeñas gotitas milimétricas que cargan se posan sobre los árboles. Las zonas más altas, donde el viento golpea con más fuerza, son lugares para fayas y brezos, además de algunos acebiños y tejos. Más abajo, en lugares más protegidos, estas especies conviven con viñátigos, barbusanos, hijas, adernos, tilos y paloblancos. Es muy común también ver helechas, lianas, líquenes y setas. Caminar por estos senderos poblados de vegetación tiene algo mágico que recuerda a duendes y brujas.


Después de 3,6 km llegamos a Las Carboneras, uno de los caseríos más conocidos de la zona. Se llama así porque se producía carbón vegetal con un curioso proceso de horneado. Para cubrir los troncos se utilizaban helechos y se ponía encima una densa capa de tierra, a modo de sellado, para mantener el calor del fuego que se generaba en una cámara de aire que había en la parte de abajo del montículo.



En este pequeño pueblo viven unos 200 habitantes. Algunos trabajan en otros lugares de la isla, pero hay quienes siguen con la agricultura. El pueblo tiene unos bancales de tierra construidos en su día con un esfuerzo enorme para poder allanar el escarpado terreno y así cultivar en las proximidades de los caseríos productos como las papas, los ñames o las calabazas.




De Las Carboneras a la localidad de Taborno hay 2,5 km de sendero. Nos adentramos por un área de laurisilva, aunque la espesura de la vegetación es ya menor. Hay que atravesar un barranco. La bajada hasta el cauce es muy sencilla. Y la subida, si se hace con tranquilidad, no tiene mayor problema.



Taborno es otro pequeño caserío de unos ochenta habitantes cuyo nombre tiene un evidente eco aborigen. Antes de la conquista, muchas zonas de Anaga estaban pobladas por los guanches, y por aquí se han encontrado numerosos restos arqueológicos y yacimientos rituales. Es también una zona de actividad agrícola, con numerosos bancales de tierra, aunque destaca también el pastoreo de cabras, que ya desarrollaban los guanches. De la leche de cabra de la zona se hacen quesos artesanales bastante reconocidos.



Del caserío al Roque de Taborno hay una pequeña caminata circular de algo más de medio kilómetro que atraviesa un pequeño bosque de tilos. Se pueden ver algunas pequeñas casas canarias antiguas, además de los rebaños de cabras que pastan y descansan por estas zonas escarpadas.

El Roque de Taborno es un edificio volcánico cuya forma es resultado de la erosión de un volcán, que dejó al descubierto la lava solidificada en el tubo de salida al exterior. Los más de 600 metros de altura a los que se encuentra esta zona, pero tan cerca del mar al mismo tiempo, permiten vistas bastante espectaculares, como la del Roque de Almáciga, que aparece a lo lejos si uno mira hacia la derecha, en dirección a Santa Cruz. Un final de recorrido que te dejará con ganas de repetir.



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