La formación de nuestra autoestima viene alimentada (en parte) por esas dinámicas familiares en las que fuimos educados. Es un legado que deja huella y que a veces cuesta sanar.
En especial si vino de un padre o una madre que jamás se amó a sí mismo y que no fue hábil a la hora de atender necesidades, dar aliento o arropar desde el corazón.
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